Le monde de l'éducation - 2008 - "Una gran soledad como recuerdo"

"Con 17 años, mis estudios, los hice por costumbre, distraído, como quién coge el autobús. Mis centros de interés se encontraban en otro sitio : escuchaba ferozmente música, lanzaba a diario mis dedos al asalto del piano, devoraba novelas, descubría la filosofía, hacía teatro y soñaba con relaciones tórridas que nunca se producían. Fue casi por casualidad que me dí cuenta, unas semanas antes de los exámenes, que tenía que aprobar la selectividad. De repente tuve miedo :¿ Y si suspendía ?¿ Y si no conseguía ese pasaporte para la vida adulta ?

De temperamento excesivo, reaccioné y me encerré entonces en mi antigua sala de juegos, habitación fresca y medio enterrada cuyas contraventanas cerré y le prohibí la entrada a mi familia : « estoy repasando » anuncié para explicar ese cambio de actitud. Pasando del desenfado a la ansiedad, trabajé día y noche, adelgacé, vomité antes de los exámenes, salté del coche en marcha intentando evitar la prueba escrita de historia/geografía, me enfrenté a los orales obligatorios balbuceando, las manos sudorosas, las axilas empapadas.

En cuanto realicé el último examen, le dí la espalda a la selectividad, agotado, sin memorizar la fecha de entrega de los resultados. Una lectura acabó por distraerme : En busca del tiempo perdido me abrió sus páginas. En ese mes de junio de 1978, Proust llenó mis días, mi imaginación ; el impacto fue tan grande que me evadí del mundo de una nueva manera.

El lunes cuando se publicaron los resultados, ni siquiera me acordé, sumergido como estaba en Albertine desaparecida.. Al día siguiente me despertaron mis abuelas, tíos y tías para felicitarme por mis notas sobresalientes que habían visto en « Le progrès » periódico de Lyon que tradicionalmente difundía los resultados de la selectividad. Al mismo tiempo que mis notas, descubrí la actitud de mis compañeros que no se preocuparon de avisarme el día anterior.

La alegría por haber aprobado se mezcló con el desengaño : comprobé mi soledad. Así, la complicidad de años no aguantó frente a la envidia. Si a nadie se le ocurrió que se me había olvidado la fecha - reconozco que pueda parecer inverosímil- tampoco nadie me había llamado. De repente colocado por encima de ellos, había sido apartado de los primeros intercambios telefónicos. Conceptualicé entonces la diferencia entre amistad y compañerismo : el compañerismo valora sólo las situaciones compartidas mientras que la amistad perdura al margen de esas situaciones. El compañerismo se nutre de igualdad, la amistad resiste a lo excepcional.

De golpe, no saqué ningún provecho de ese éxito, sintiendo que era vano querer compartirlo y ridículo buscar felicitaciones. Me comporté tan discretamente como si hubiese suspendido. Ese resultado, era sólo el mío, me concernía sólo a mí, tenía importancia sólo para el gobierno de mi vida, no tenía por qué jactarme de ello o intentar restregárselo a los otros. Ese verano, una vez retomados los encuentros, mis compañeros me encontraron muy modesto. Se asombraron.  Por ello, me alabaron.....

En realidad, esa modestia no era mas que un engaño. Los exámenes de selectividad y una gran dosis de Proust me habían transformado en un moralista lúcido : es en la soledad donde uno orienta su existencia, soledad que sólo el arte puede curar, la verdadera amistad, y la improbable pero a veces real historia de amor."

Psychologie - 2007 - "Un optimista lúcido"

« ¿Sé amar ? En cualquier caso no sé « desamar ». Unido irremediablemente a aquellas o aquellos a quien he mirado con los ojos del afecto, no puedo borrar mis sentimientos. Una separación modifica lo cotidiano de un sentimiento pero no lo suprime. La muerte hace lo mismo, con una crueldad seca : la muerte nos deja el amor y la ausencia, el amor y la imposibilidad de vivirlo. Uno no se consuela jamás, se acostumbra tan sólo a la tristeza. La enfermedad me hizo perder a la mujer que amé entre los 20 y los 30 años. Es cierto que llevábamos separados unos cuantos años cuando murió, una separación extraña, hecha de intercambios diarios, de confidencias ininterrumpidas, de consejos, de ayuda mutua ; de amigos que éramos antes de ser amantes, habíamos vuelto a ser amigos; la fuerza de nuestra relación nos sorprendía a nosotros mismos cuando la imponíamos a los nuevos comparsas de nuestra vida, y nos divertía imaginar nuestros últimos días con esa carga de afecto.

Ella se fue.

Al principio me pareció que se había llevado con ella nuestros recuerdos. Durante varios años, no tuve acceso a aquellos años felices que habíamos compartido; no recordaba más que los ocasionales detalles desagradables. Tenía un agujero negro en mi memoria, agujero negro de donde sólo salían, furtivamente, algunas espinas. Me lo echaba en cara, sin entender que mi espíritu había simplemente inventado una estrategia para no sufrir demasiado: me quería convencer que en el fondo no había perdido nada.

Eso era sin tener en cuenta la música. Como habíamos interpretado y escuchado muchas obras juntos, algunas veces los fragmentos, por sorpresa, me devolvían nuestro pasado intacto. Me hundía entonces en el llanto. Desdicha en estado bruto. Compacta. Abismal. Pasados los años, empecé a aceptar que el pasado era el pasado, que era bello, único y que no volvería jamás. A partir de ahí le abrí los brazos a la desdicha y decidí que viviría con ella hasta mi último suspiro. Que más da si los días son más pesados -eso le otorga su verdadero valor a la ligereza y al humor-, que más da si mi risa se dibuja sobre un rostro melacólico, he consentido no sólo el destino, sino lo trágico y lo molesto del destino.

¿Qué se aprende de la muerte de un ser querido? Nada, salvo que hay que darse prisa en decir cuanto se los quiere a los que están vivos. Hoy mi alegría de vivir ha vuelto. ¿La diferencia? Ya no es inconsciente, sino meditada.

He exprimido la desgracia hasta extraer un zumo inesperado: el optimismo, un optimismo lúcido, partiendo de un diagnóstico duro, sin ignorar el mal, sin ilusiones sobre lo que ha pasado o sobre lo que nos espera. El optimismo voluntarioso del que, siempre que sea posible, apartará las lágrimas con la sonrisa. »

Noviembre 2007

Les Cahiers de la Maison Jean Vilar - 2007 - "La maldición del éxito"

¿A qué mundo pertenece el autor polimorfo (novelista, ensayista, dramaturgo...) representado en el mundo entero ?¿ Al del « mercado » con su retahila de vilezas, o al de la cultura cultivada revestida con la toga virginal?

Eric-Emmanuel Schmitt, como otros más o menos mediáticos, ¿Está condenado al abismo entre popularidad y populismo, talento y compromiso ?

Escribí mi primera obra a raíz de un malentendido y de un cambio de humor.  A veces se hacen cosas buenas por razones equivocadas. En en grupo de teatro de mi instituto, habíamos representrado Antígona de Anouilh. Tenía el papel del primer guardia. Al final de la obra se dijo : « Schmitt se lo ha inventado todo para hacer reír a los espectadores », lo que era sólo parcialmente cierto.  Ese comentario me hirió tanto que el fin de semana siguiente escribí mi primera obra oficiosa : Gregorio o ¿Por qué los guisantes son verdes? Lo que deja bien claro que ya estaba interesado por las  preguntas esenciales. Me inspiraba por aquella época el teatro de René de Obaldia, el de Vitrac también. Estaba todavía bajo influencia, tenía 16 años. La obra se representó en el instituto. Me encargué de la puesta en escena y de los decorados y me reservé un papel. Cuando me dí cuenta que funcionaba en el microcosmos de la escuela, que la gente era feliz, me dije : »este es mi camino, me voy a dedicar a esto ». Por otro lado albergaba una verdadera pasión por el teatro desde la infancia cuando vi representar Cirano de Bergerac. Sin embargo, durante mis estudios superiores, incluso durante la preparación de mi doctorado en filosofía, no dejé de escribir. En ese momento de mi vida me las daba de Claudel, ¡ Para qué decirles que me encontraba en un callejón sin salida ! No había entendido todavía que hay que ser el escritor que se es y no el escritor que se quiere ser. Empecé intentando ser el escritor con el que soñaba, es decir con otro. Creía especialmente que era un gran lírico, que haría un teatro poético. En realidad, ¡Caminaba con la torpeza de un elefante tras las huellas de Claudel ! Lo que escribía era un espanto absoluto y era lo bastante lúcido para darme cuenta. Hasta que un día una amiga me dijo : « +Sueñas con ser Claudel,¿ Y si fueses Sacha Guitry ? » Lo que, por supuesto, tampoco soy. Pero esa frase me liberó. Quería decir : conviertete en quién eres, sé tú mismo.

Entre los 20 y los 30 años luché por harmonizar mi espíritu. Por un lado, era desde mi niñez un escritor espontáneo, con una verdadera imaginación, por otro era un filósofo, con capacidades para el análisis y la síntesis. Cuando cogía la pluma, era o bien el uno, o bien el otro, nunca los dos juntos. Llegué a conciliar ambas dimensiones con 29/30 años con La nuit de Valognes, y luego, enseguida con el Visitante.

Cuando enseñaba filosofía, les hablaba mucho a mis alumnos de teatro. Ilustraba mis clases con referencias a Sófocles, por quien siento devoción, a Shakespeare también. Tras esta práctica pedagógica empezó a aflorar una causa profunda que he conceptualizado mejor desde entonces : la filosofía busca simplificar mientras que la literatura complica. El teatro nace, lo sabemos, en el siglo V  antes de J.C. con Esquilo, Eurípides y Sófocles, al mismo tiempo que la filosofía. Pero esta última tiende a proponer una verdad, una sola, a simplificar, a decir : "Esta es la estructura de lo real », mientras que a la vez el teatro inventa la tragedia, es decir a Antígona y a Creón : hay dos verdades al mismo tiempo que no van juntas. El teatro, de entrada, afirma una complejidad y se resiste a las simplificaciones de la razón, mientras que la filosofía quiere agotar lo real queriendo que sea simple. En fin, la filosofía es unívoca mientras que la literatura es plural.

Para mí la filosofía no es una finalidad. Es un instrumento para contar la vida. No quiero limitar el alma a la mera razón. Ahí se encuentra a menudo el error del intelectual filósofo. La vida de nuestra alma pasa también por la imaginación, el corazón, el sentimiento, los valores...La racionalidad no es más que un mendrugo de pan. Es por ello que reivindico un  teatro emocional .No tengo miedo de las emociones, veo en ellas un factor de la vida intelectual. Los grandes choques emotivos pueden hacernos evolucionar. El « efecto teatral » emotivo es tambien un efecto teatral espiritual. Lo utilizo siempre para decir otra cosa después de una emoción, pero a la luz de esta. Con las emociones se coge a espectador de la mano e intelectualmente se le lleva hacia otra cosa. Incluso un teatro intelectual tiene que apoyarse en las emociones. Hay que utilizar la amabilidad. Molière y Racine no decían en sus prefacios que el teatro es el arte de gustar ? Pero gustar, no es seducir, es respetar al otro, querer interesarle, llevarle sin soltarle la mano... Hay que ir hasta el final del acompañamiento para llegar a una visión de la condición humana. Muchos autores se conforman con sembrar la confusión y le dejan a uno por el camino.

Guardo una gran gratitud hacia mis primeros productores. Jean Luc Tardieu montó La nuit de Valognes en Nantes antes de que se representara en Paris y François Chantenay, ya fallecido, apoyó a El Visitante representada por Maurice Garel y Thierry Fortineau dos excelentes actores pero que no llenaban la sala... El Visitante empezó como un estrepitoso fiasco antes de ser recompensada con tres premios Molière y de dar la vuelta al mundo. En el estreno, hubo sólo dos espectadores de pago :¡ Mis padres !

El medio teatral fue quien apoyó la obra y la sala empezó a llenarse poco a poco, llegando finalmente la televisión al rescate...Esa obra me transformó en un autor dramático. Todo el mundo parecía tan convencido de que era un autor dramático que les creí. Dejé mi trabajo en la universidad.

Viví ese éxito como algo que no me esta destinado. Como un regalo, una bendición. Se es autor de los libros, no de los éxitos. Sólo el público y, accesoriamente, la prensa son los responsables. El éxito, se le cae a uno encima.

¿ Lo que cambia ? Inmediatamente me inundaron de cosas para leer, de gente para recomendar... ¿ Cómo se vive ? Con el sentimiento de que se puede acabar de inmediato. ¡Como la vida misma !

¿ Por qué me dirigí hacia el teatro privado ? No fue una decisión política o estética, fue una verdadera elección de autor que quiere correr el riesgo de ir al encuentro del público. El Visitante podría haber sido montado en una pequeña sala del Teatro nacional de la Colline, dirigido por aquel entonces por Jorge Lavelli. Pero en el sector subvencionado, el número de representaciones es reducido, sea cual sea la acogida del público y de la crítica. En un teatro privado, en caso de éxito, se sigue con la obra. Fue así como El visitante se representó 600 veces. Las diferencias entre los sectores público y privado no son de orden estético. Por otra parte, en ciertos países, me representan primero en teatros subvencionados.

He sido uno de los primeros autores dramáticos  en disponer de una página web, aconsejado por mi entorno compuesto de gente joven. Es una herramienta potente para comunicar con el público y con la prensa. Es también una vía de desarrollo, especialmente internacional. Pero los verdaderos enlaces son a menudo los agentes literarios y los traductores. Grandes fidelidades se pueden tambien establecer con los directores de teatro.

El éxito en el extranjero me tranquiliza y me permite comprender mi espacio y mi especificidad. La acogida de mis obras en Alemania me permitió comprender lo que tenía de « francés ». Ustedes saben que los alemanes son francófilos, pero un filósofo que se expresara allí en el teatro no escribiría como yo.¡ Escribiría en serio ! Mi mezcla de seriedad y fantasía, ese aspecto del siglo XVIII  como en los cuentos de Voltaire o en las comedias de Diderot ( aunque evidentemente no me comparo a esa gente) pasando de la anécdota a la reflexión, esa ausencia de estilo que acaba siendo un estilo, les parece muy « francés » y lo aprecian. Dediqué mi tesis a Diderot que me apasiona y bromeo a menudo con mis amigos diciéndoles que soy ¡El único autor del siglo XVIII todavía vivo !

Acabamos de vivir cuarenta estupendos años de teatro donde el interés principal residía en la puesta en escena. Eso ha ocultado un poco a los autores. ¿ Qué mejor manera de exponer el trabajo de director que recobrar a un Molière o a un Shakespeare aportando su propio sello ? Una cultura narcisista de la puesta en escena se desarrolló así. Diría incluso un manierismo teatral. La gente firma su versión de El tartufo o de Hamlet. Es interesante, pero también es decadente. La sangre fresca sólo puede venir de los intérpretes o de los autores. Son sin embargo los directores los que poseen las instituciones, excepto Jean-Michel Ribes a quien apoyé en su deseo de dirigir el Theâtre du Rond-Point. Si tienen el sentido de su misión, los directores tienen que representar autores vivos. Estamos aquí .

Me traducen y publican en cincuenta lenguas. La cuestión de la traducción teatral es específica. Se encuentra uno, en el caso contrario, el éxito con otras palabras. He tenido problemas en ese aspecto, sobre todo en los Estados Unidos, el único país donde no se quiere traducir a un autor sino adaptarlo, es decir hacerlo americano. Se les ofrece un filete y lo transforman en ¡Cheese burger ! Me ha ocurrido... Desde entonces soy un poco psico-rígido y lo prohibo casi todo. Oscar y mamie Rose se va a representar proximamente en Broadway, pero esta vez han respetado mis deseos. Hay que aguantar, no hay que ceder.

Nos encontramos  a veces con situaciones curiosas al respecto. El Teatro nacional, en Turquía, quiso montar El Visitante. En mitad de la obra Sigmund Freud expresaba su profundo ateísmo, su incapacidad para creer, su rebelión contra Dios. Es de una violencia terrible. El director me llamó para pedirme si podía suprimir ese párrafo. Temía que los espectadores quemasen las butacas. Le dije :« Pero espere, luego sigue la respuesta de Dios... » A lo que contestó :  « ¡No esperarán media hora ! ». Concluí : « Entonces, no representa la obra.». Al final, se representó tres años más tarde de manera triunfal. El público tenía que haber cambiado, o el director...

Declaraciones recogidas por Rodolphe Fouano
Les Cahiers de la Maison Jean Vilar, n°103, noviembre 2007

Lire - 2004 - "Filósofo clandestino"

Tras el budismo, el islam y el ateísmo, Eric-Emmanuel Schmitt explora las relaciones entre judíos y cristianos  a través de un relato filosófico. Luminoso.

El éxito, en Francia, es sospechoso. No es que se tema el peligro de ese desequilibrio interior que acaba por acompañar la grandes victorias, no es que se tema la estéril inmovilidad que escolta invariablemente los éxitos. No, nada de eso. El éxito molesta porque está bien visto, por desgracia, en los cenáculos supuestamente creadores de opinión, quemar lo que antes se adoraba.¿  Es quizás por ello que Eric-Emmanuel Schmitt ha huido de Francia, acogiéndose  a un exilio voluntario, primero en Irlanda, después en Bélgica, donde actualmente reside ? Cuando publicó su primera obra de teatro, La nuit de Valognes, la crítica, unánime, bendijo el nacimiento de un autor. Eso fue en 1991. Dos años más tarde el antiguo profesor de filosofía conseguía tres premios Molière con El Visitante, confrontación sorprendente entre Freud y Dios. Siguió una primera novela, La secta de los egoístas, que acabó por convencer a los escépticos : este escritor sabe hacer de todo. Contar historias y transmitir ideas. Entonces se decidió que irritaba. « Schmitt es un intelectual populista », lanzó un crítico literario durante un programa de radio no menos populista. ¿ Y si ese comentario de doble filo era, en realidad, un cumplido ? Eric-Emmanuel Schmitt, es Diderot en el siglo XXI : un pensador serio... que no se toma en serio. De hecho, le dedicó su tesis doctoral así como una obra de teatro al esteta libertino, que en pleno siglo de las luces, se atrevió a proclamar que escribía tratados de filosofia popular.

El que no se equivocó fue el público. A día de hoy las obras de Eric-Emmanuel Schmitt se representan en el mundo entero, sus novelas alcanzan tiradas apabullantes ( entre 200.000 ejemplares con el Evangelio según Pilatos y 400.000 ejemplares vendidos con Oscar y mamie Rose), se le estudia en los institutos, se publican sobre su obra sesudos tratados y un estudio americano de Publishing Trends le coloca en la lista de los quince autores más leídos en el mundo- es el único escritor francés mencionado.

¿ Qué es lo que ha cambiado, entre La nuit de Valognes y El hijo de Noé ? Si los temas son los mismos, la escritura ha evolucionado. « Es verdad, admite Eric-Emmanuel Schmitt. Empecé a escribir como un erudito, hoy quiero huir de la herencia de las Grandes Escuelas francesas, y encontrar la palabra exacta, escribir sin artificios. La escritura para mí es la palabra.¡ Por fin llegamos ! Entre el dramaturgo y el novelista, el puente está tendido. A lo largo de mi vida, prosigue, me han explicado que no escribía como se tiene que escribir : empezó en el colegio, siguió luego con el teatro y la novela. » De hecho sus ecritos desorientan. Portadores de una profundidad que recubre un hedonismo caústico, oscilan entre el tratado filosófico (La parte del otro) y la farsa (Cuando era una obra de arte). Novelas al márgen del género novelístico. Y los pequeños relatos que componen el ciclo de lo invisible son un buen ejemplo.

El hijo de Noé, precisamente, es la cuarta entrega de ese ciclo. A primera vista el libro puede parecer bastente simple : un niño judío de 7 años, Joseph, atrapado bajo la Ocupación nazi, es acogido por un cura que lo esconde en una escuela católica donde le enseña el hebreo. Nos cruzamos con un bruto de buen corazón, un cura bueno que participa en la resistencia y una cripta transformada en sinagoga (« un detalle verídico », puntualiza Schmitt). Vale. Podría ser peor. Pero eso es sin tener en cuenta el talento de Schmitt. Interrogar a las religiones está de moda, pero mostrar sus contradicciones sin caer en el proselitismo es un ejercicio al que pocos autores se han prestado. Adepto de Diderot, Schmitt escogió el relato filosófico para escribir sobre esas religiones cuyo Dios está ausente. Tras el budismo (Milarepa), explora el Islam ( el Señor Ibrahim y las flores del Corán), el ateísmo (Oscar y mamie Rose), y, aquí, las relaciones entre judios y cristianos. Cambio fundamental : mientras que la tradición biempensante exige que los padres expliquen a sus hijos las religiones a base de respuestas, Schmitt imagina lo contrario : el niño es su instrumento de búsqueda, pregunta más que afirma. Los niños de Schmitt no caen nunca en la mojigatería o en lo políticamente correcto. También es cierto, que ni Momo ( el pequeño judío que está siempre en el colmado del viejo árabe), ni Oscar ( paciente de un hospital y fascinado por mamie Rose), ni Joseph ( judío disfrazado de cristiano para evitar la deportación) son ricos herederos, pero esta marginalidad aparente sólo tiene un objetivo : reforzar la idea de que cada uno, aquí abajo,  es responsable de la creación de sí mismo. Lo que confirma el cura rural de El hijo de Noé, en una perorata pascalina de tal potencia que suplanta todos los catecismos : « Los humanos se hacen daño entre ellos y Dios no se entromete. Creó a los hombres libres{...} Dios a terminado su tarea. Nos toca ahora a nosotros. Tenemos que responsabilizarnos de nosotros mismos. » El padre Pons cree que realiza el bien por caridad cristiana ; descubrirá, gracias al pequeño Joseph, que no es bueno sino justo. Y es a Schmitt de precisar, en alguna lineas fulgurantes, la naturaleza de esa oposición fundamental con acentos sartianos. En estos relatos carentes de moraleja, con diálogos afilados pero sin ser ñoños, dónde se sugiere más que se describe, Schmitt embarca a sus lectores más allá de sus identidades primeras. El padre Pons ( nos hace pensar en Poncio Pilatos) es un personaje de la esperanza. Encarna al que, partiendo de la racionalidad, descubrirá la espiritualidad. Este cuento de la época de la ocupación perdurará en las mentes. Eric-Emmanuel Schmitt confirmza su condición de escritor. Y burla, un avez más, los géneros inventando la filosofía clandestina.

François Busnel

Le Figaro - 2003 - "El chico que no era de aquí"

Vive desde siempre en un mundo que ha inventado a su medida, un mundo en el que dominan la música y la filosofía.

Lo que sobresale de él es la dulzura.  Una dulzura extrema que aureola todo su ser. Esta fuerza de la naturaleza, hechura de jugador de rugby, rostro relleno dominado por una gran frente despejada por una calvicie que no es de ayer, ojos oscuros y hoyuelos, nariz rota, recuerdo de un combate de boxeo, lo tiene todo , aparentemente, para imponer no se sabe bien qué imperiosa autoridad. Pues es todo lo contrario. Eric-Emmanuel Schmitt es alguien tierno, incluso alguien vulnerable que acepta su sensibilidad. Se puede tener un cuerpo de atleta sin ser deportista.

En él además, los deportes, o mejor dicho el deporte, es más bien intelectual. Entonces, ¡Ahí si que se lanza ! pero de la misma manera. Nunca se ha mostrado pedante o comportarse con arrogancia. Y es porque vive desde siempre en un mundo que ha inventado a su medida, un mundo en el que dominan la música y la filosofía , un mundo que no se ha conformado nunca con las imágenes  comunes. Un mundo o más bien un cielo. Azul puro, añil, nubarrones de algodón en perpetuo movimiento, noche estrellada. Y las estrellas en el cielo de este pulgarcito soñador- no tenemos fotos suyas de cuando era niño : pero no podemos evitar verlo Principito,  el hombre poderoso de hoy..., sus estrellas en el cielo tienen susurros de satén. Era normal que en tal cielo apareciese un hada. Es grande, bella, radiante y tierna. Se llama Edwidge Feullière. Ya no está aquí « de verdad »,  pero jamás ha estado sin duda tan cerca... Un hada madrina, como en los cuentos. Es a ella a quien envía su primera obra. No la conoce. La vio en el cine. Ella, tan atenta a los otros, tan maravillosamente exquisita, comprende que hay en La nuit de Valognes el germen de una obra venidera. El hada Edwidge no tiene varita mágica ni polvos de perimplinplin. Pero tiene corazón, es decir tiene corage. Acosa a los directores de teatro que no siempre son ávidos lectores. Pero como resistirse a la capacidad de persuasión de la bella protectora... La obra se estrenará en 1991 en la Casa de la cultura de Loire-Atlantique animada por Jean-Luc tardieu que la escenifica dirigiendo entre otros a Micheline Presle, Danièle Lebrun, Mathieu Carrière. Estreno en la Comedie de los Campos Elíseos. Acogida un tanto fría de la crítica. Hoy Eric-Emmanuel Schmitt lo reconoce entre risas : « Los críticos no se equivocaban, no era la mejor . » Y sin embargo. Para un debut, el casting no está mal,¿Verdad ? Y desde entonces, grandes actores, tanto en Francia como en el extranjero, han querido interpretar a Schmitt.  «  Es, sin duda, de todas mis dichas , la más grande », declara. En él, hay una frescura que desarma.

El primer acto se sitúa unos años antes. En el instituto. Tiene 17 años. Es muy serio. Pero ya tiene ganas de tablas. En su instituto, el grupo de teatro monta Antígona  de Jean Anouilh. Interpreta al guardia. Primer efecto.¡ Hace reír! Y esta bufonada no cae en saco roto... Si el sentido trágico de la existencia es consustancial a este hijo de Pascal, no hay nada que le guste tanto como hacer reír. No ignoro, dice, que a veces está mejor visto deprimir que distraer y que me han echado en cara el no haber elegido siempre lo liviano. Se divierte. Sabe que las mentes delicadas han asistido con desdén a algunas escenas de El libertino y que la película, adaptada de la obra por Gabriel Aghion, ha estremecido a las almas sensibles. Ya no está para eso, Schmitt. Y tanto más cuando ya ha demostrado a través de la escritura que su registro es variado, su inspiración diversa, su proceder plural. "Es curioso, apunta, durante una visita relámpago a París donde pretende instalarse definitivamente, comprobar hasta qué punto el público sigue al escritor por caminos que bifurcan, mientras que a los profesionales de la crítica les cuesta más. Habría que encasillarse, aún a costa de escribir diez veces la misma obra o el mismo libro travestidos bajo hábiles artificios".

Pero no es así este doctor en filosofía que escribió su tesis sobre Diderot y la metafísica. Si tiene un modelo, ahí está. Del lado de las luces y de la Enciclopedia. De las curiosidades plurales. De los que caminan fuera de los caminos trazados. "Hay días, dice a la vuelta de un viaje al Líbano donde se ha representado Variaciones enigmáticas, interpretada en Francia por Alain Delon y Francis Huster, que me invade un sentimiento esquizofrénico. Vivo en Dublín, en una casa victoriana que se abre sobre un jardín al que no voy nunca. Allí escribo. Es mi celda, mi taller. Vuelvo entre dos viajes, esos viajes que se han multiplicado estos últimos años puesto que se representan mis obras en treinta y cinco países y me gusta mucho asistir a las representaciones de mis obras en unos entornos a veces inesperados. Pero allí no estoy en casa, allí me reencuentro con un sentimiento muy profundo, muy antiguo que es el de no pertenecer a ningún lugar, a ninguna tierra."

Nació en Sainte-Foy-Lès-Lyon el 28 de marzo de 1960. Allí creció, y le dedicó recientemente un bonito libro, Guiñol al pie de los Alpes, donde evoca los paisajes y el carácter de la región. Ya de niño se siente diferente. " Me identificaban a un extranjero. No me reconocía en ningún mestizaje, Martinica, Vietnam, incluso el Cáucaso. No era de allí. Me sentía en el exilio. Y el primer exilio es el del cuerpo. Me costó apropiarme de ese cuerpo... No hablo de otra cosa en Cuando era una obra de arte. Y si me he convertido en dramaturgo, si soy alguien que pone palabras en cuerpos ajenos, es quizás ahí donde hay que situar el origen."  El oficio de vivir, decía Pavese. Eric-Emmanuel Schmitt lo sabe, y sólo está empezando. Doce años de carrera, cuarenta y dos años. La vida por delante. Escribir es una fatalidad. Es un maratón que se corre a la velocidad de un sprint. " A menudo, finjo que vivo. Escribir, es estar al margen de la vida,  por más que la vida se tenga que convertir en tinta."

Armelle Héliot

La Croix - 2000 - "Lo que escribo me sobrepasa"

Filósofo de formación, este joven dramaturgo y novelista acumula los éxitos como demuestra su última novela El Evangelio según Pilatos (Albin Michel), donde se reencuentra con audacia con su lectura de las Escrituras. Una audacia que tiene que ver con una experiencia espiritual que vivió hace once años.

Interview : A. LESEGRETAIN (7. Oktober 2007)

AL : ¿Intuía, trabajando sobre Diderot que le llevaría a la metafísica?

EES : No. Apasionadamente aferrado a la lengua francesa, no me veía trabajando sobre un filósofo extranjero. Además, al lado de tantos otros a menudo perentorios, el Diderot humilde y paradójico, no dudando en confesar: "me despierto a favor, me levanto en contra", me gustaba. Lo clasifico, junto a Montaigne y Lucrecio entre "los Caballeros de lo incierto", es decir los intelectuales más honrados.

AL : ¿Qué es lo que ha conservado de Diderot?

EES: La libertad y la virtud de la insolencia. Provocar el pensamiento del otro para que se enzarce en el diálogo. Mis obras no pretenden otra cosa. De hecho es una de las razones por las que me gusta acabar con un golpe de efecto: obligar al espectador a dudar, a discutir.

AL : También hace dudar a sus personajes...

EES : Me gusta poner en jaque a los filósofos. En El visitante, Freud es llevado a dudar de su ateísmo. En el Libertino, Diderot, por el hecho de sus contradicciones, es incapaz de terminar su artículo para la Enciclopedia... Tras haber sido sacudido por estos filósofos me toca sacudirles un poco.

AL :Y el Evangelio según Pilatos, ¿Cómo lo ha redactado?

EES : Lo llevaba en mí desde hace ocho años, pero no me convencía ninguno de mis intentos. Sin embargo, en enero, me robaron el ordenador y los disquettes. Apremiado por la urgencia, me puse a escribir sin mirar atrás: en dos meses, todo estaba hecho.

AL :¿Cuál era su objetivo?

EES : Quería evocar los dos fundamentos del cristianismo: la encarnación y la resurrección. La primera parte del libro plantea la pregunta, debatida desde hace siglos por los teólogos, de saber si Jesús conocía su condición de Mesías desde su nacimiento, o si  por el contrario se dió cuenta de ello poco a poco. Haciendo hablar al propio Jesús, podía mostrar la etapas sucesivas a través de las cuales descubre su destino. De golpe, ya no estaba obligado a prestarle tanta importancia a la Anunciación y a María, y podía mostrar el sufrimiento de un hombre que habla de amor y recibe, a cambio, odio. Quería poner de relieve su valentía: no sólo por haber soportado la Cruz, sino por haber aceptado su misión hasta el final.

En el "¿Dios mío por qué me has abandonado?", está el desamparo infinito del que ya no sabe, él que vió a tantos falsos profetas, si no es uno de ellos. Hasta el final , no está seguro de nada. En este sentido, la Encarnación no es un enigma con solución, es un misterio.

AL :¿Y por qué haber escogido a Poncio Pilatos para abordar, en la segunda parte, la reencarnación?

EES : Porque es el que más se nos parece: sus análisis son políticos, sus reflejos protectores,  no tiene ganas de que se le moleste por ese asunto. Tenía que ser entonces él quién llevase acabo la investigación sobre la desaparición del cuerpo de Jesús.

AL :Hace falta ser muy osado para representar a Dios o para hecer que Jesús hable en primera persona. Como si a la omnipotencia del escritor quisiese añadir la del Creador...

EES : No es la omnipotencia de Dios lo que me interesa, sino más bien su impotencia: A Dios le duele esa humanidad que ha escogido el Mal antes que el Bien. Además yo no escojo a mis personajes: ellos se imponen y aunque me den miedo no puedo hacer otra cosa que aceptarlos. No soy más que un tímpano que vibra con su época.

AL : ¿Sería entonces ese Dios incapaz de hacerse querer el que tendríamos que redescubrir?

EES : No lo sé... Digamos que a través de la novela, he querido que la cuestión de Jesús sea un asunto personal para los ateos. Que estén obligados, como Pilatos, a tomar partido. También quería expresar mi visión del cristianismo a través de los espejos de la novela.

AL : Usted vivió, creo, una intensa experiencia espiritual. ¿Cómo se produjo?

EES : Me había ido al desierto del  Hoggar con unos amigos. Habíamos escalado el monte Tahar, la cima más alta y quise descender primero. Me dí cuenta que me equivocaba de camino pero continué, irresistiblemente seducido con la idea de perderme. Cuando cayeron la noche y el frío, como no tenía nada, me enterré en la arena.  En vez de tener miedo, esa noche de soledad bajo la bóveda estrellada fue extraordinaria. Experimenté el sentimiento de lo Absoluto, con la certeza de que un Orden, una inteligencia vela sobre nosotros, y que en este orden, había sido creado, querido. Además la misma frase se repetía en mi mente: "todo está justificado."

AL : ¿Cómo la interpretaba?

EES : Era una respuesta a todas mis preguntas sobre el Mal. Ya no tenía que escandalizarme por lo incomprensible. Podía aceptar la muerte como una buena sorpresa...Esa noche fue tambien una experiencia de eternidad. Esa noche dilatada me hizo increíblemente fuerte:

Ahora sé que dentro de mí hay más que yo mismo, para retomar las palabras se San Agustín. Esa noche mística sigue siendo una experiencia fundadora.

AL : Comparable a ese "pozo interior" al que su Jesús vuelve para reabastecerse.

EES : Esa imágen del pozo se corresponde bien a dicha experiencia. Sin embargo, hablo de ella desde hace poco. Hay que decir que al encontrar de nuevo a mis amigos, la mañana siguiente, me avergoncé por haberles angustiado con mi desaparición y no me atreví a comprtir con ellos mi alegría.

AL : ¿ Recuerda la fecha de esa noche?

EES : Fue el 4 de febrero de 1989. Fue a partir de esa fecha que pude escribir. Hasta entonces, todo lo que escribía me parecía vano.  Poco tiempo después redacté mi primera obra: La nuit de Valognes, y desde entonces apenas me he parado. Esa noche en el desierto me reveló el por qué estaba hecho: era un escriba.

AL : ¿Alguien que anota bajo el dictado de otro?

EES : Digamos que lo que escribo me sobrepasa.

AL : Antes de esa noche fundadora, ¿ Qué educación religiosa había recibido?

EES :ui bautizado por convención social pero mi familia era atea. Con 11 años, sin embargo, mis padres me inscribieron a las clases de catecismo: " A pesar de todo tienes que conocer esa historia", me dijeron simplemente. El capellán del colegio, el padre Poncio- nada que ver con mi Evangelio según Pilatos- nos proponía reflexionar sobre asuntos de la sociedad. Por primera vez un adulto respetaba mi opinión. Sin lugar a dudas, me inculcó la afición por el diálogo filosófico, aunque al cabo de un año no hubiese comprendido gran cosa de la Historia Sagrada.

Estos inicios de catequesis saltaron por los aires cuando empecé a leer a Nietzsche, Sartre y Freud... Más tarde, descubriendo a Descartes, Kierkegaard, Leibniz y sobre todo a Pascal mi ateísmo fue sacudido y me convertí en agnóstico.

AL : ¡Ya era un buen trecho recorrido!

EES : De hecho, me atormentaba la cuestión del sentido: ¿Por qué existo? ¿Por qué el Mal?  Reflexionaba sólo con la razón y me quedaba en el umbral. Sabía que creer era posible, pero me irritaba el elitismo aparente de la fe que chocaba con mis ideales universalistas de filósofo.

AL : Y a día de hoy,¿ Puede usted creer?

EES : Sí, me atrevo a decirlo, aunque cada día son más raros los escritores creyentes: creo.

AL : ¿En Cristo?

EES : Mi experiencia espiritual sólo tenía que ver con Dios. Pero todas esas prolongaciones han sido meditaciones sobre Cristo en tanto que "cifra" , utilizando el término de Pascal, es decir en tanto que  la clave que lo descodifica todo.

Pero me sucede, en un mismo día, que me dejo llevar por movimientos de adhesión y de rechazo. Me asombra el mundo tal y como es: ¿Cómo entender que los mandamientos divinos no se respeten todavía? ¿Que un pueblo que se dice cristiano conserve la pena de muerte?

AL : Pero la "apuesta de Pascal",¿ Usted la ha hecho?

EES : No, realmente no. Subyacen en mí dos "capas": en la superficie, el filósofo no cree,  pero, en lo profundo, se deja llevar por el creyente que organiza la historia y afirma sus convicciones. Si dudo, es dentro de Dios, nunca fuera de Dios.Si me resisto a dar el salto definitivo es por respeto a la palabra: la palabra que "comparte" del filósofo no es la "palabra que testimonia" del místico. Actualmente me encuentro bajo esa tensión. Y es porque Pascal sigue siendo un filósofo, que puedo caminar junto a él.

Le Figaro - 1998 - "El autor superdotado del teatro actual"

No es fácil entrevistar a Eric-Emmanuel Schmitt. Partiendo de su última obra: Variaciones enigmáticas,  ha convertido la experiencia en una tarea peligrosa. Juzguen ustedes mismos : un periodista se entrevista con un premio Nobel de literatura, misántropo y violento.

¿Una estrella lacónica y desagradable ? Una pesadilla para la profesión... Eric-Emmanuel Schmitt es claramente más afable. Pero no por ello fácilmente penetrable. De hecho, el enigmático, el enigma, es él. Locuaz sin embargo. Pero no sobre él, sobre su obra, sobre el teatro en general , la creación. Corriendo el riesgo de ser teórico. ¿Qué sabemos de Schmitt ? Tiene treinta y seis años y ya tres obras en su repertorio. Para la cuarta, ha conseguido en el reparto, perdonen la modestia, a Alain Delon y a Francis Huster : « anque Delon no haya actuado en el teatro mas que dos veces ( en 1961, dirigido por Visconti, y en 1968, en una obra de Jean Cau), pensé en él escribiendo Variaciones, y aceptó diciendo : » Es la historia de amor más bella que haya leído jamás . » Interpreta a Abel Znorko, el premio Nobel loco de atar. Y Huster, al periodista  Erik Larsen. Un personaje complejo el de este autor de formidable maquinación sentimental. Entre los dos hombres se perfila una mujer, Helene Metternach, esposa de Larsen, a quien Znorko dedica su libro.

Una serie de golpes de efecto en torno a esta mujer, dea ex machina, transformará el enfrentamiento en un intrigante diálogo de amor. Desde el comienzo de los ensayos, Eric-Emmanuel Schmitt, se ha ido diluyendo poco a poco detrás de actores : «  el texto no es más que el 20% de la obra. El resto lo componen el director de la obra, los actores, su interpretación que son los que le dan relieve. A medida que la obra cogía cuerpo, adaptó su texto. Por ejemplo cuando Delon se negó a decir : « hay dos razas particularmente monótonas en el reino animal, los hombres y los perros. » Quería que cambiase perros por gatos. Mi gato nunca me lo hubiese perdonado. Al final nos pusimos de acuerdo en "peces."

El 24 de septiembre por la noche, Eric-Emmanuel Schmitt estará entre bambalinas (« Como en los pasillos  de una maternidad »), con el oficio de un viejo autor y los nervios de un principiante . Lo que el crítico Pierre Marcabru había resumido en una frase :  « he aquí un joven carente singularmente de inexperiencia. »

Ese es el incoveniente con los « Normaliens » : saben enseguida hacer de todo. Schmitt tiene un currículum vitae de los años treinta : « Ecole Normale supérieure », doctor en filosofía, el teatro, la novela, la fama. Es como la biografía de Giraudoux (con el doctorado) o de Sarte (sin el compromiso político). Y como todos los « Normaliens » casando sin reparo su afición por las bromas y la destreza para manejar conceptos.

Del lado de las bromas, admite, con una sonrisa en los labios, haber escrito sátiras de Otelo a la manera de Molière, de Guitry y de otros autores conocidos.

Del lado de la filosofía, defendió su tesis sobre Diderot, personaje que continúa frecuentando, puesto que está a punto de publicar un ensayo sobre Diderot y la filosofía de la seducción y trabaja actualmente en una obra donde el autor de la paradoja sobre el actor será uno de los personajes. En « l'Ecole Normale », recuerda, todos querían escribir pero muchos se hacían la pregunta equivocada : ¿Cómo hacer una novela después de Robbe-Grilliet, una obra después de Samuel Beckett ? Él, no se la hizo mucho tiempo. Leyó a Shakespeare, Eurípides y Anouilh. ¿Cómo escribir después de Anouilh? Enseñando filosofía por las mañanas en la universidad, y escribiendo por las tardes.

En 1990, envía su primera obra a Edwige Feuillère que, seducida, recomienda a varios directores de teatro. En 1991, La nuit de Valognes se estrena en la Comédie de los Campos Elíseos con Danièle Lebrun, Micheline Presle et Mathieu Carrière. Un debut prometedor en el teatro a una edad en la que los jóvenes que quieren hacer carrera en el mundo de las letras sólo sueñan con el premio Goncourt. « Me atrajo antes el teatro que la novela, porque asistí a grandes representaciones antes de leer grandes novelas. Me caí en el caldero a los ocho años. » Fue en el teatro Célestins de Lyon, Jean Marais interpretaba a Cyrano de Bergerac. Estaba decidido, sería dramaturgo o nada.

Según él, el teatro es la expresión noble de la literatura : « ¡Todos los académicos tienen guardada en un cajón una obra de teatro sin representar o irrepresentable ! » tras La nuit de Valognes, llegará El Visitante, con la que obtendrá dos premios Molière, revelación teatral, y mejor autor teatral. Una obra que, según él cierra la página de los años setenta : Freud se enfrenta a Dios. Victoria por KO de este último : «  Hasta esta noche, creías que la vida era absurda. De ahora en adelante, sabrás que es misteriosa. » El misterio, el amor que adopta un rostro inesperado, son temas recurrentes en las obras de Schmitt. Como en esas Variaciones enigmáticas, escritas con una facilidad sorprendente : en diez días.

Como ciertamente dice Alceste : « El tiempo no pinta nada en esto ». Sin embargo, en unos años, Eric-Emmanuel Schmitt, se ha instalado con osadía y gracia en el trono desierto de escritor de teatro contemporáneo : « Los escritores de teatro son una especie en vías de extinción, porque, desde hace treinta años,hemos asistido al reino de los directores de escena que prefieren representar autores muertos para no tener competencia a la hora del éxito. »

Escaldado por un fracaso reciente, Schmitt sigue sin embargo con sus proyectos : escribir una obra para Michel Serrault o para Suzanne Flon. Y, como toda la gente del teatro, habla de su entorno sobreactuando un poco :  « Voy al teatro un par de veces por semana. Pero las obras de mis contemporáneos, sobre todo si tienen éxito, me deprimen".

Georges Bernard Shaw tenía razón cuando decía: "Hay dos tipos de autores dramáticos : los que lo consiguen y los que no lo consiguen . » Eric-Emmanuel Schmitt estaría más bien en la primera categoría. O por lo menos, hace todo por estarlo.

Etienne de Montety